…Desaparecía el sol; doraba con sus últimos
rayos las cimas de las altas montañas del Jatibonico: El alborotoso pájaro
negro, escondiéndose en el ramaje de las últimas palmas y de los corpulentos
árboles, puso térmico a su atormentadora algarabía…
…Al
fin el Corneta de Órdenes tocó silencio; los demás lo repitieron y apenas se
extinguió el eco prolongado de esta consigna, cuando quedó todo el campamento
sumergido en el más profundo silencio y obscuridad. Y yo me tendía cuan largo
soy, en mi hamaca de campaña.
Pasado un momento, un hombre, un
anciano de aspecto venerable, con blando paso que apenas se siente, se acerca a
mi tienda, y como quien no desea ser oído de otro, pide permiso para hablarme,
entra y se sienta. Quédeme un tanto sorprendido al apercibirme de aquel extraño
desconocido que así se atrevía a faltar a esas horas a la consigna; pero al fin
accedí a su súplica, y le permití que hablase, lo que hizo de la manera
siguiente:
-“Mi nombre poco te importa saberlo;
y la mansión de donde vengo, tampoco es del caso que lo sepas; es inútil que me
lo preguntes pues no te lo diría; lo que quiero que sepas, y es lo que importa,
es mi historia. Nací pobre, mi alumbramiento costó la vida a mi madre; apenas
fui amparado por la Fortuna, pronto el destino me dejó huérfano, y quedé solo
vagando entre los hombres como el fragmento, en el espacio, de un planeta
muerto. Para mi mayor tortura; puso Dios una idea en mi mente que a medida que
el tiempo pasaba y los años maduraban mis juicios, quemaban mi cerebro como
lava ardiente, comprimida en el fondo del apagado volcán, y me devoraba el
corazón, como el apasionado de una belleza ideal que huyese al contacto de su ardiente mirada”.
“!Ah! cuánto he sufrido antes, y
cuánto he padecido después!... Cuántas veces he maldecido mi existencia, pesándome
hasta haber nacido…”
Al mismo tiempo que aquel anciano
proseguía en su narración, su semblante se iluminaba con una aureola casi
divina, y mi espíritu se sentía sobrecogido por una especie de religioso temor.
Después de una breve pausa, continuó, y yo escuchaba asombrado.
-“Sometido a varias torturas y
contrariedades, víctima de infamias y desprecios por entre peligros y escollos,
solo, perdido y desamparado, sin más amparo que Dios, pude al fin realizar mi
empresa, y arranqué al mundo –para el mundo mismo- un portentoso secreto. Entonces
el universo entero me saludó entusiasmado, y me apellidó El Glorioso. Las
naciones todas me rindieron adoración y respeto, y reyes hubo que se sintieron
humillados y empequeñecidos ante la majestad y grandeza de mi gloria. Los más
pequeños me creyeron un Dios, y besaban de rodillas mis vestiduras. Rodeado de
tanto agasajo y ovaciones humanas, colocado de pie encima de pedestal tan alto
como el sol; alumbrando los rayos de mi gloria dos mundo a la vez, no sintió mi
corazón –por fortuna mía- el tormento de la vanidad y la soberbia; antes por el
contrario, yo sentía en mi alma un secreto dolor que me consumía sin podérmelo
explicar. Sobre mi corazón y mi conciencia pasaba un insoportable remordimiento
y en vano trataba de averiguar la causa. Era la tortura del criminal a solas
temblando ante la presencia de su interno y severo juez. Inútilmente
interrogaba mi pasado, y me detenía a escudriñar mi presente; ningún acto mío
acusaba mi alma de maldad. La blanca túnica de mi inocencia no estaba manchada
con ningún crimen mundanal; yo no había hecho más que obras de bien; y no había
nunca amado sobre la tierra más que dos deidades: la Ciencia y la Virtud, que
eso es amar a Dios.”
“Yo no había hecho, en fin, derramar
una lágrima sino más bien provocar sonrisas y alegrías. ¿Por qué, pues, tan
tremendo castigo de la inquietud tan acerba y constante que acosaba mi espíritu
y que no me dejaba gozar de las delicias que proporcionan la Gloria y la
Fama?...”
“Loco me fui adonde el cóndor hace
su nido y desde allí –en la soledad del desierto- llamé a los espíritus para
que dijeran la causa de mi secreta angustia; y ni el desierto ni los espíritu,
me contestaron; tan sólo el silencio y vacío me circundaban. No pudiendo
resistir más mi existencia, pesada como un fardo, en un impulso irresistible de
desesperación, quise arrojarme al torrente y una mano invisible me separó del
peligro.”
Crucé entonces el océano y
suplicante interrogué al mar y a la tempestad; y el trueno ahogó mi voz.
Desesperado me precipité a los abismos para concluir con el dolor de mi
existencia desapareciendo en sus insondables misterios; pero una mano invisible
me salvó medio muerto y me arrojó –como el despojo de un naufragio- sobre la arena
de la playa. Incorporado apenas, sentí de nuevo en mi pecho el diente que me
mordía y me devoraba… ¿Por qué, oh cielos, tan cruel tortura? Decídmelo… ¿Cuál
ha sido mi gran culpa? Los cielos guardaron silencio. No contento el destino
con el suplicio a que eternamente me había condenado, preparó la envidia y la
calumnia que armadas me asaltaron en el camino, y los hombres se hicieron mis
enemigos y me vejaron y me despreciaron. Largo tiempo –como un mendigo- vagué
entre ellos cual un desconocido y
apestado. Y cuando creí curarme de mis
dolores, porque se cumplió el plazo y abandoné la envoltura que aquí me
retenía, me elevé a la mansión en donde termina el misterio de la vida. Yo
aparecí entonces manchado de sangre.”
-¿Y tú quién eres, asesino? –exclamé
indignado, sin poderme contener y borrándose de improviso en mi ánimo la
impresión de compasión y de ternura que aquel ente singular y desconocido me
había inspirado, con la narración de sus desdichas.
“-Aguarda –me dijo con calma y
gravedad aterradoras- aún no he terminado; no me juzgues sin haber antes
acabado de oírme. En vez de condenarme, con tu alma grande me tendrás lástima.
Demasiado desgraciado he sido, -dijo-, y continuó: si en la tierra fui un paria
desheredado, sin asilo y sin fortuna, en la mansión de los justos me está
prohibido entrar sin el perdón de dos razas; porque ha caído sobre mí -como lava ardiente de encendido volcán- la
sangre de una raza inocente extinguida; y desde aquella terrible hecatombe
quedó marcado sobre mi nombre y mi conciencia, como un hierro candente, el crimen
de haber descubierto un mundo y el de haberlo entregado a la barbarie y la
usurpación.
Recogieron los hilos de los nuevos
pobladores la desgraciada herencia de tormentos y martirios que les legó la
raza desaparecida al furor de los conquistadores, bárbaros y estúpidos. Y tú,
insigne, ilustre guerrero, que ya estás en víspera de terminar la gran obra de
la Redención de esta Tierra, por mí descubierta, vengo aquí –postrado a tus
pies- a suplicarte me consigas el perdón de todos los tuyos y quede cumplida la
eterna sentencia… “Soy Colón” ‘dijo, y calló…
Un sonido estridente me sacó de aquel
estado: el corneta tocó diana. Era un sueño.
Que bueno
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ResponderEliminarSe trata que un joven estaba en la tienda y viene un anciano y le pide permiso y comienza a hablar el viejo lo dijo su nombre y comenzó hablar el dijo que era huérfano su madre murió en el parto, el viejo era pobre y el decía que no tenia que a ver nacido pero pasa el tiempo y el crea su propia empresa y fue admirado y respetado. Esta obra es parecida a lo que le paso a colon y a lo urtimo el viejo dijo que se llamaba colon
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